CAPACITACIÓN PARA EL EJERCICIO DE SALUDADOR
Para poder ejercer su oficio, los saludadores debían ser
examinados por los obispos en sus diócesis respectivas o por el Tribunal de la
Inquisición, quienes les proporcionaban una licencia.
Lo curioso y diferenciador en el caso de los saludadores con
relación a otros curanderos o sanadores es que de alguna manera estaban
admitidos o fueron consentidos por la Iglesia, al menos durante
ciertas épocas. De
modo que en
ocasiones eran los
propios obispos o
incluso el Santo Tribunal quienes se encargaban de
examinarlos. Tan es así, que por parte de algunos obispados, el de Pamplona en
1581 y el de Cuenca en 1626, se determinaba que no se consintiesen saludadores
sin la propia licencia eclesiástica y que ésta no se concediera si no era
mediado previo examen. En caso contrario se mandaba castigarlos con todo rigor
conforme al delito de actuar sin la preceptiva aprobación. Otras veces, al
parecer disponían para el ejercicio de autorización n escrita proporcionada por
una autoridad eclesiástica de menor rango, arcipreste, abad o canónigo.
A principios del siglo XVII el obispo de Oviedo, Álvarez de
Caldas, dio esta orden “Mandamos que los saludadores sean examinados y no les
admita ningún cura o concejo sin nuestra licencia o de nuestro previsor, so
pena de excomunión o de mil maravedís”.
En 1663 el visitador eclesiástico que fue a la parroquia de
Erenchún (Álava), donde existía una saludadora, mandó: “…damos comisión al
cura para que repela y eche del dicho lugar y los demás de este arciprestazgo
de Eguilaz donde supiere anda la dicha saludadora, y no la admita a exercer el
dicho oficio en que se ocupa hasta que parezca ante el ordinario a ser
examinada del dicho oficio…”.
En esa época, los saludadores de los pueblos valencianos
necesitaban para dedicarse a realizar curaciones a afectados por la rabia,
licencia del arzobispo.
Ambrosio de Montes, muy apreciado por los vecinos de Villa
del Prado (Madrid) por su habilidad, había obtenido su licencia del Inquisidor
General.
Otras veces eran examinados los saludadores por un
arcipreste, un canónigo, un abad, etc.
Con estos exámenes los eclesiásticos comprobaban más que la
capacidad del saludador para salutar, el que su poder no proviniera de un pacto
con el demonio.
En la ciudad de Valencia existieron durante los siglos XVI y
XVII examinadores de saludadores, funcionarios públicos designados por las
autoridades para juzgar la habilidad de los que aspiraban a ejercer ese oficio.
Durante algunos años tuvo ese cargo Domingo Moreno que era a la vez que
saludador, artesano fabricante de agujas. Se realizaban los exámenes en
presencia de las autoridades municipales y las pruebas consistían en curar a
perros enfermos de rabia utilizando la saliva. Los aspirantes apagaban además
una barra de hierro y un trozo de plata candentes poniendo la lengua sobre
ellos. Superadas estas pruebas y tras prestar juramento, obtenían su licencia. Ejemplo
de ello fue Joan Sans de Ayala, nombrado saludador de Valencia, sin salario,
aunque con el privilegio de llevar y tener en su casa las armas de la ciudad.
En Murcia el 30 de enero de 1703, Fulgencio Sevilla,
Saludador «en virtud de lizenzia que tiene para ello deste Ayunto.», suplicaba
—ejerciendo y defendiendo sus derechos y prerrogativas— resolución para que un
tal Miguel del Olmo, «que sea introduzido de pocos días aesta parte a ejerzer
la misma facultad, no la use». De ahí,
pues, que el Ayuntamiento, atendiendo a tan justificada petición, exigiese al
referido Miguel del Olmo cuantos documentos tuviese para el uso de tal oficio,
disponiéndose finalmente, y al no poderlos aportar, que un Regidor —D. Alonso
Perezmonte— acompañado de cualquier escribano, procediera a realizarle el
correspondiente examen. En 1712, y sin que haya aparecido documentación de que
las citadas pruebas se hubieran llevado a efecto en ningún momento, se presentaba
ante el Concejo murciano nueva queja del ya mencionado Saludador Fulgencio
Sevilla, quien, haciendo ver una vez más la intromisión de determinadas
personas, que ejercerían tal oficio sin licencia, «pedía la supresión de tales
excesos», lo que indica que el fenómeno
del intrusismo, entendiéndolo como la presencia de personas no suficientemente
capacitadas para determinados desempeños también se daba en los Saludadores.
No obstante, el oficio de saludador no era exclusivo de los
hombres. En Enguera, pequeña población
de la Valencia interior, la actividad era ejercida en 1631 por una mujer,
Josefa Medina, a la que se le exigió previamente una licencia que confirmara
sus poderes concedida por el Arzobispo de
Valencia
CONTRATOS Y SALARIO DE LOS SALUDADORES
Para los menesteres laborales y en puntuales momentos de
necesidad, los saludadores eran con frecuencia requeridos, contratados y
satisfechos económicamente por parte de los Concejos o Ayuntamientos, ya
de ciudades ya
de pueblos, llegando
incluso en ocasiones
a consignarse una cantidad
permanente o retribución
anual, a la
par que por ejemplo las
destinadas al médico, boticario, albéitar, cirujano
sangrador, sacristán, guarda de campo o a la renta del toro semental etc
Los ayuntamientos contrataban a los saludadores pagándoles
una cantidad de dinero o de trigo para que atendieran a los vecinos y a sus
ganados. Si el saludador vivía en otra población se comprometía a hacer un par
de visitas al año, casi siempre en primavera y otoño, y cuando se le avisase
por haber ocurrido algún caso de rabia.
Otras veces la cantidad fijada en el acuerdo sólo era para
pagar las dos visitas anuales y por cada vez más que el saludador fuese
llamado, tenían que abonarle un jornal además de los gastos de caballerías,
criado, manutención y alojamiento, en caso de que tuviera que hacer noche.
Hubo contratos entre municipios y saludadores que duraron
bastantes años.
El último día de agosto de 1456 el Concejo de Nájera pagó
100 maravedís a un saludador que había llegado a la ciudad a sanar
En 1495 el de Madrid pagaba a Juan Rodríguez de Palacio,
saludador de Getafe, un cahíz de trigo al año: “…por desde Nuestra Señora de
agosto en un año con salario de un cahíz de trigo, con que sea obligado de
venir cada vez que la villa le llamare…”.
Unos años después seguía sin haber saludador en Madrid, y
decidieron sus autoridades pagarle el alquiler de una casa al de Alcobendas
para que se fuera a vivir allí: “Acordaron los dichos señores, que porque
en esta villa no hay saludador y se daba salario al de Alcobendas y se avía
d’enbiar por él cada vez quera necesario y se viene a bevir a esta dicha villa,
Juan Garçia, saludador, el qual no pide, salvo que la dicha le dé una casa en
que more e gela pague que le davan e dieron para el alquiler de la dicha casa,
500 maravedís por un año”.
Refiere Pio Caro Baroja, en Los Vascos que “en los archivos
de Valmaseda (Vizcaya), villa encartada, que ponía un cuidado particular en
remediar las plagas de las viñas no solo con conjuros y exorcismos efectuados
por sacerdotes expertos, sino también contratando saludadores de fuera (en
1516, 1529, 1532, 1583..etc…)”.
En El Burgo de
Osma (Soria), al parecer no
debía existir saludador
propio encargado de esos
menesteres, si bien
si recurrió la localidad a
solicitar sus servicios en algunas ocasiones. Así, en 1601, el propio
Ayuntamiento pagó 2.555 maravedís al
saludador de Herreros
que vino a
saludar al ganado enfermo.
En 1620 se documenta un descargo de 12 reales por ir
de nuevo en su búsqueda. Y ya en 1667 se abonan otros 22 reales
de la paga
de fin de
diciembre a Bartolomé
Sanz, saludador y
también vecino de Herreros.
Datos todos que a la
vez nos revelarían la
tradición en saludadores
de este pueblo soriano
El concejo de Lagrán (Álava) pagaba a una saludadora en
1605, de acuerdo con el contrato hecho con ella, dos fanegas y media de trigo
al año que entonces valían 42 reales.
El Ayuntamiento
de Enguera (Valencia) abonaba
el 3 de
julio de 1621
a Alfonso de Medina la cantidad de 4 libras, que se
habían de pagar anualmente, y le nombra saludador «para que los
que sean mordidos por perros rabiosos los
cure con su saliva».
También hubo mujeres saludadoras como María Almarza, saludadora de
oficio, fue durante
la primera mitad
del siglo XVII llamada
y contratada en repetidas ocasiones por la localidad Navarra de Viana
para saludar a la gente y los ganados por causa de la rabia. Finalmente incluso
llegó a disfrutar hasta 1634 de una pensión anual concedida por la villa
El saludador que contrató el ayuntamiento de Hernani
(Guipúzcoa) en los años de 1635 a 1643, percibía 50 reales anuales por visitar
la villa una vez en marzo y otra en septiembre.
La ciudad de Valencia en 1661 abogaba ante el Consejo de
Aragón para el nombramiento de un
saludador y sugería
su salario. En
1670 pedía licencia
para dar asimismo
un estipendio al saludador de la ciudad.
Así, en Orihuela en los albores del siglo XVI, según J.
Rufino Gea, para combatir los males se disponía de cuatro boticas, cinco
saludadores y tres médicos.
Las gentes de Burón, así como las del Concejo de Riaño,
durante el siglo XVIII, tenían por norma contratar los servicios de un saludador,
para que «saludase» a sus ganados. En el caso de Burón, y tal como se desprende
de las Ordenanzas Municipales, dicho saludador no debía salir del término del
Concejo en el plazo de un año, debiendo estar dispuesto en todo momento a
atender a las reses enfermas. En el caso de Riaño se solía traer un saludador
de Tierra de la Reina o de Palencia, y, a diferencia del anterior, éste sólo
acudía en caso de que fuese requerida su presencia, viviendo casi siempre fuera
del término del Concejo. Según reza en los libros de cuentas del Concejo de
Burón, se pagaba al saludador 50 reales por sus servicios. y tal como figura en
un documento fechado en el año 1742, en el que se hace mención a los gastos del
Concejo en el ejercicio del año anterior, se justifican «23 reales que dieron a
Joseph Sierra por ir a buscar al saludador», así como «35 reales que llevó al
saludador de Billada». (Revista de Folklore nº 111, pag. 75 – 82).
El concejo de Rascafría pagó los servicios de un saludador
de la localidad de Sotosalvos en Segovia en 1730 "para que fuera a recoger
los ganados para saludarlos" pero también de una saludadora por dos veces
como consta en 1716 El concejo de Bustarviejo envió a una persona de confianza
para ir a Colmenar Viejo a buscar a un saludador en 1721 porque unos perros con
rabia habían mordido a algunas reses. Le encontró y tanto en 1722 como en 1724
se le pagó para "saludar los ganados" de la localidad y de
Navalafuente. Desconocemos la identidad de este saludador de Colmenar Viejo,
sin duda conocido en la comarca, ya que fue solicitado, más de veinte años
después, por el concejo de Rascafría en 1748.
El tantas veces recurrido Catastro de la Ensenada nos
proporciona referencias sobre varias
localidades, así, la burgalesa de Valdeande, incluida en 1753 en la
diócesis de Osma, por medio de su Concejo
tenía consignada por
entonces para el saludador la dotación
de 2 fanegas de
trigo o cebada. En 1752 y en
el lugar de
Maello, jurisdicción de
Segovia, el gasto
anual del Común considerado
para el saludador y recogido en el Catastro era de 69 reales.
A mediados del siglo XVIII y en el mencionado Catastro de la
Ensenada fueron registrados como tales cinco saludadores en cuatro localidades
de Soria:
Deza, donde figuraban dos saludadores a los que se les
consideraba a cada uno 400 reales de vellón de utilidad. Se trataba de
Alejandro Lozano, con 6 hijos y Pedro Manrique con 7
Berlanga de
Duero contaba con el
saludador Antonio Groba, al que se le regulaban unos ingresos anuales de 50 ducados (550
reales de vellón). Contaba con un hijo.
En Castilfrío de la Sierra el saludador se llamaba Joseph
Ruiz de Arrivas, de utilidad al año 229 reales de vellón, siendo a la vez que
saludador mesonero.
San Esteban de Gormaz
contaba con un saludador
llamado Felipe Sanz, regulándose una utilidad o renta anual de 550 reales
En estos casos la ganancia estimada o considerada para los
saludadores en relación con los profesionales sanitarios, médicos,
boticarios y albéitares era más
menguada que la
de éstos. Se
supone que por razones obvias ya que sus intervenciones serían más
extraordinarias.
Estas diferencias de salarios dependerían, lógicamente, del
número de vecinos de cada población y de las cabezas de ganado que tuvieran que
ser atendidos. Así, por ejemplo, a mediados del siglo XVIII, según el Catastro
de Ensenada, en el pueblo madrileño de Cabanillas de la Sierra, con sólo 41
vecinos, pagaban a un saludador 45 reales al año mientras que en otros con
mayor número de habitantes como Chinchón, Guadarrama y Moralzarzal les daban a
los suyos 400, 130 y 100 reales respectivamente.
Un dato curioso, que demuestra la actuación de los
saludadores en corridas de toros, se produjo cuando se propagó la noticia de
que los toros castellanos procedentes de Tordesillas, que habían de ser
lidiados el 8 de julio de 1677, padecían “defecto de haberlos ojeado”, por lo
que el Ayuntamiento de Pamplona contrató a un saludador, Domingo Pesador, que
cobró una cantidad parecida a los estipendios pagados a los catorce toreadores
navarros que intervinieron. A este saludador se le abonaron los honorarios al
día siguiente de la corrida.
Cuando el saludador era un niño, el acuerdo se firmaba con
su padre. En 1711 había en Oyón (Álava) un niño de 14 años llamado José Ruiz
que tenía, según su padre, gracia gratis data para curar la rabia. Fue
contratado por el municipio de Berredo (Álava) por 30 reales al año, más los
gastos, para que les asistiese en “todas las ocasiones que subzediese penuria
de dicha enfermedad”. Acudiría “con toda puntualidad y solo avisso de palabra o
escrito”.
ACEPTACION SOCIAL , CRÍTICA Y PROHIBICIONES
Los saludadores estuvieron en general socialmente bien
considerados, y muchos de ellos gozaron de buen prestigio por su gracia para
curar la rabia.
Catalina de Cardona fue una famosa saludadora al servicio de
Felipe II y de personas de la nobleza.
A principios del siglo XVIII, José Méndez, saludador de
Villa del Prado, estuvo exento, como los nobles y eclesiásticos, de pagar la mayoría
de los impuestos durante años.
El Ayuntamiento de Ibahernando (Cáceres) tomó el acuerdo en
sesión plenaria celebrada el 21 de enero de 1894, de animar a los ayuntamientos
de los pueblos limítrofes a fin de que todos unidos pagaran a un hombre para
que sustituyera en el servicio militar a Felipe Cancho, saludador, porque era
“de gran utilidad a esos pueblos”.
Por el contrario, otras muchas personas consideraron a los
saludadores como unos embaucadores que se aprovechaban de la ignorancia de las
gentes.
El canónigo salmantino Pedro Ciruelo escribió a mediados del
siglo XVI fuertes críticas contra los saludadores: “…para encubrir la
maldad, fingen ellos que son familiares de San Catalina o de Santa Quiteria y
que estas santas les han dado virtud para sanar de la rabia …y así con esta
fingida santidad traen a la simple gente engañada tras sí…”.
Quevedo en Los Sueños sitúa a los saludadores en el infierno
“condenados por embustidores”.
Feijoo en el discurso primero del tomo tercero de su Teatro
crítico universal, arremete duramente contra los saludadores descubriendo las
trampas de que se valían para poder pisar barras de hierro al rojo, meterse en
un horno, etc. Cita el fraile benedictino varios fracasos de saludadores que
habían elegido ese oficio para vivir sin trabajar, como aquél que decía que “con
soplar los días de fiesta ganaba lo que había menester para holgar, comer y
beber toda la semana”.
Los saludadores que empleaban sólo el poder de su aliento y
su saliva para sus curaciones, sin pactar con el demonio, no fueron perseguidos
por la Iglesia. Hubo incluso un clérigo saludador en Ariniz (Álava) en 1629.
Acerca de las condenas que la Iglesia imponía a los
saludadores, de un canon de la Diócesis de León, fechado en el año 1651, y que
reproduce la Constitución Sinodal número 100 del obispo Trujillo: “Que nadie
cure con supersticiones, ni se consientan saludadores, cure con ensalmos o
nóminas, ni cosas que huelan a superstición, como es decir palabras
supersticiosas, cortar céspedes o yerbas, cintas, lienzo o paño, o seda de los
vestidos, o pasando enfermos por cerco, o por agujero, o haciendo otras
hechicerías».[...]
En una sociedad
fuertemente sacralizada y
ante la proliferación
de todo tipo
de embaucadores y farsantes dedicados al lucro mediante supuestas dotes
curadoras, no era infrecuente que
Tribunales de la
Inquisición iniciaran procesos
de fe por
honor de oficio
contra ciertos saludadores y
suplantadores. Así en
Valladolid en 1771
sería procesado con esos cargos
José Ignacio del Castillo,
saludador natural de
Fuensanta. En Cuenca,
lo fueron también
Antonio Llorens, saludador originario de Utiel en 1771 y José Ruiz,
saludador de Sigüenza en 1765. Por esos
años y en Logroño el procesado por el Tribunal de la Inquisición por saludador
y pacto con el demonio fue Pablo González, labrador originario de Alfaro. Algunos
de ellos fueron condenados por la Inquisición pero sólo por carecer de licencia
o tenerla falsificada, como aquel individuo de Jaén que decía tener título de
saludador y al ser procesado en 1776 declaró que se lo había hecho un catalán
por cuatro reales.
Otros muchos saludadores ejercieron a la vez de
ensalmadores, conjuradores, santiguadores, etc. En 1696, la madre del rey
Carlos II, doña Mariana de Austria, manda llamar a un conocido saludador
manchego para que la cure de un zaratán (cáncer de pecho) diagnosticado de
incurable por los médicos de la corte. Murió el 16 de
mayo de 1696 en Madrid (Granjel I.,S. 1974, pag 57 – 58)
Todos esos saludadores que empleaban en sus ceremonias
oraciones cristianas, persignaciones, estampas religiosas, etc., fueron
perseguidos y castigados.
Rodrigo de Narváez, saludador de Jaén, fue juzgado por la
Inquisición en 1572 debido a que “por la invocación que tenía de los demonios
decía cosas por venir y acertaba en ellas… y miraba las manos y decía lo que
entendía de las rayas…”
En las Constituciones Sinodales de 1581, del Obispado de
Pamplona, en el capítulo “De Sortilegiis” se dispone:”...Por experiencia vemos,
que hacen gran daño a la República Cristiana los ensalmadores, saludadores y
bendecidores, por lo que comúnmente los que usan semejantes abusos, quieren
aplicar sus falsas palabras por vía de medicina, que ni son ciertas, ni
aprobadas según nuestra Santa Fe Católica. Y porque deseamos extirpar de
nuestro Obispado semejantes cosas S.S.A. estatuímos y mandamos, que ninguna
persona, sin licencia nuestra y aprobación o la de nuestro Vicario general, no
permitan en nuestro Obispado saludadores, o bendecidores no aprobados, ni
nóminas; y mandamos los castiguen con todo rigor, conforme a su delito. Y
encargamos a los Rectores, Vicarios y Confesores de este Obispado en las
confesiones tengan gran cuenta y cuidado de amonestarlos y corregirlos”.
Gaspar Navarro, canónigo de la Iglesia de Montearagón
(Toledo), aconsejaba a los vicarios generales y obispos que antes de dejar
curar a los saludadores en sus diócesis, vieran si lo hacían porque tenían
gracia gratis data o si era por pacto con el demonio.
En Aragón fueron castigados muchos saludadores por dedicarse
también a la hechicería.
Isabel Gil, vecina de Mira del Río (Cuenca) no sólo era
saludadora a mediados del siglo XVIII, sino que se dedicaba también a santiguar
y conjurar los ganados de los pueblos próximos al suyo, por lo que fue
procesada y castigada.
Hacia mediados del siglo XVIII el número de saludadores
farsantes y pícaros aumentó de tal forma, que se les prohibió ejercer sus
actividades por las autoridades civiles y eclesiásticas.
En Guipúzcoa las Juntas Generales mandaron en 1743, que las
justicias de los pueblos impidieran a los saludadores hacer curaciones y
ensalmos.
El Real Despacho de 24 de diciembre de 1755 ordenaba: “Que
de aquí adelante no se paguen de los efectos de la República maravedís algunos
a ningún saludador por salario ni en otra forma, so pena de que lo contrario
haciendo, se cargará a los capitulares como a particulares”.
En el Título VIII, artículo 24 de las Ordenanzas judiciales
y políticas del Principado de Asturias de 1781, se mandaba: “A los
saludadores como gente ociosa, ignorante o mal instruida en la doctrina
cristiana y perjudicial a sus vecinos, que simple o vanamente confían en la
eficacia de sus oraciones, deben los jueces perseguirlos por todos medios…”. El
castigo para estos saludadores era de seis meses de prisión, pero saldrían de
ella los días festivos a oír misa y ser instruidos en la doctrina cristiana. En
el artículo 25 del mismo título de las Ordenanzas, se exponía: “A los que
admitan en su casa estas gentes o se aprovechen de sus vanas oraciones y
supuestas gracias, se les condena en dos ducados de multa por cada vez que lo
hagan”.
Tres años después el obispo de Oviedo, González Pisador,
comunicaba: “Item por quanto estamos informados que diferentes personas
fingiendo tener la gracia de saludadores andan vagas por nuestro Obispado,
dándose a este modo de vida con seducción de los pueblos y gente sencilla…
mandamos a todos los curas que no permitan en sus parroquias a semejantes
saludadores y a éstos que no usen en manera alguna de dicho oficio y fanatismo,
so pena de excomunión mayor…”.
A pesar de estas órdenes siguieron existiendo saludadores
hasta principios del siglo XX.
A fines del XIX había repartidos por diferentes barrios
madrileños unos 300, de los que más de la mitad eran mujeres.
En la segunda década del siglo XX en algunos pueblos del
suroeste de la provincia de Madrid, utilizaban todavía los servicios de
saludadores para curar a sus ganados.
No hay duda de que entre los saludadores hubo muchos
embaucadores y farsantes, pero también otros que supieron curar la rabia sobre
todo los que además de soplar y untar con su saliva, emplearon el alcohol, el
vino o ciertas hierbas para limpiar y desinfectar las heridas.
Fray Martín de Castañega que estudió estos temas, reconocía
en 1529 la gracia que tenían algunos saludadores para curar.
El mismo Feijoo opinó que “posiblemente entre millares de
saludadores haya alguno que tenga gracia gratis data curativa de la rabia”.
Aunque la credulidad e ignorancia de la mayoría de las
personas era grande en siglos pasados, no creemos que hasta el punto de, con
los pocos recursos económicos que en general tenían, pagar durante años a una
persona, proporcionarle gratuitamente una vivienda, eximirla del pago de
impuestos, etc., si no hubieran apreciado alguna curación en ellos o en sus
ganados.
DATOS HISTORIOGRAFICOS
El primer dato historiográfico que tenemos del oficio de
Saludador es del año 1483, y concretamente en la villa de Madrid, donde, según
recoge José Manuel Castellano Oñate, en la web el Madrid Medieval sobre
los oficios existentes en aquel momento en Madrid: " En 1483 nos visitó
uno, al cual se pagaron 10 reales por "saludar a varias personas que avía
mordido un perro que rraviava" , y en 1495 se contrató a Juan Rodríguez de
Palacio , vecino de Getafe, "por desde Nuestra Señora de agosto en un año,
con salario de un cahiz (doce fanegas) de trigo, con que sea obligado de venir
cada vez que la Villa le llamare" .
Posteriormente aparecen noticias sobre Saludadores en los
tratados anti-supersticiosos del franciscano Fray Martín de Castañega (Tratado
de supersticiones y hechicerías, 1529) y del catedrático de filosofía Pedro
Ciruelo (Reprobación de supersticiones y hechicerías, 1556).
En Álava no faltaba el tomarlos a su servicio para casos
concretos de enfermedades en el ganado o en las personas. Dice Fortunato
Grandes: "prueba de es la partida siguiente que consta en las cuentas
municipales del Ayuntamiento de Salvatierra, de 1578 a 1579: "Tres ducados
que por nuestro acuerdo y mandato distes y pagastes o los habéis de dar y pagar
a Martín Saez de Otaza, Saludador que por nuestro acuerdo y mandado vino a esta
villa para que saludase a las gentes y ganados della porque habían andado en
esta villa ciertos perros rabiosos y ganados y para quitar sospecha e
inconveniente que a debizote (?) sucederían se mandó traer y se le dieron por
los días que estuvo en esta villa e trabajo que rescibió en ella los dichos
tres ducados". Más tarde vemos contratado el servicio de saludador desde
1689 a 1772, valiéndose de éste como si fuera un verdadero talismán o remedio
infalible contra la rabia y otras enfermedades del ganado. En la primera de
estas fechas contrataron a Gabriel de Izaguirre, vecino de Oñate, en una fanega
de trigo al año y ocho reales por cada día que viniere a visita ordinaria los
meses de marzo y agosto; el 1727 hicieron nada menos que escritura por nueve
años con el saludador José Ruiz de Eguino, vecino de Oyón; en 1736 se acuerda
por el Ayuntamiento abonar al saludador los dos viajes que ha hecho para
saludar el ganado con motivo del contagio que ha habido, además de las visitas
que entre año tiene obligación; y en 1772 se abona en las cuentas a Catelina,
mujer de Antonio Madariaga, vecino de Cegama, ciento cincuenta reales por dos
viajes para santiguar el ganado con motivo de haber andado un perro rabioso y
sospecha de que había mordido a un animal, siendo de advertir que la Saludadora
era la mujer y vino dos veces en dicho año.
Y en el catastro de la villa de Madrid (1759 – Catastro de
Ensenada) en el Legajo 20 aparece inscrito en el Registro oficios, el Gremio de
SALUDADORES, terminando con la siguiente expresión "Todos con sus
relaciones, notas, liquidaciones y los correspondientes autos de comprobación".
En 1601, según Maria
Tausiet, en las calles de Zaragoza tenían la denominación de los gremios
existentes en aquel momento, siendo uno de ellos el de los Saludadores, por lo que
también tendría su calle.
En 1630, el cabildo municipal de Jaén pagó al Saludador Juan
de las Peñas, veinticuatro reales "por el beneficio público que hace con
la gracia que Dios le dio y salud de los ganados, el qual a de asistir todo
este año...".
El cabildo municipal de Jaén dio licencia, en 1631, al
Saludador Gaspar de Blanca, vecino de Torredonjimeno, "que dize tener
gracia de curar lamparones".
Francisco Longas, Saludador, vecino de Almería, condenado
por la Inquisición en el año de 1696, por poseer licencia falsa.
Antonio Catalán presenta
en 1730 ante el Concejo de la ciudad de Murcia un Memorial pidiendo
licencia «para saludar del mal de rabia en atención a la grazia que Dios le a
dado»
En Murcia, el martes 16 de Noviembre de 1756, “se otorgó
licencia al saludador Juan Manuel Arroyo para usar la gracia de saludar de
accidente de rabia en la ciudad y provincia, por haber practicado el Regidor
Comisario, Gaspar de Piña, varias diligencias y resultar probada su habilidad”.
La gracia del saludador no es sólo reserva seglar, pues que
también se aloja en los clérigos: En 1758 moría Fray Manuel Jerónimo
Esquivel, murciano residente en Vélez Blanco quien, habiendo renunciado a una cátedra
de Teología tenía gracia de dirección y curación de “energúme-nos y
maleficiados”, que le iban a buscar desde pueblos distantes y a los que sanaba
de cuerpo o de espíritu, según la naturaleza del daño, por “la eficacia de sus
conjuro”.
Los saludadores roselloneses salutaban el mal signando a
veces con un grano de trigo y recitando oraciones.
Otras citas de salutadores o saludadores en España las
podemos ver recogidas en la obra de Jesús Callejo e Iniesta Villanueva, o en la
de Mariño Ferro . Había, en efecto, municipios y hospitales que contrataban los
servicios de los salutaores desde el siglo XVII como algo relativamente normal,
aunque siempre vigilados de cerca por la Inquisición, los cabildos y los
concejos municipales, y pese a que recurrían a signos cristianos para sanar a
los enrabiados o a los enfermos: cruces de Caravaca, crucifijos de bronce, agua
bendita, oraciones católicas como el rosario, devociones a vírgenes y
santas,... etc.
Con estas notas historiográficas, planteamos unas líneas de
investigación interesante sobre el proceso sociocultural y antropológico de las
prácticas de salutación relacionadas con los elementos naturales y sobre todo
ecosociales.
Fuente: Revista de Folklore nº 339 , tomo 29, año 2009, pag.
75 – 79 Los Saludadores http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=2556
Bibliografía
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Etnología y Etnografía de Navarra", 1990, n. 56, 307-319
GRANDES, Fortunato: Historia alavesa. Vividores de antaño:
los saludadores, "Eusaklerriaren Alde", 1928, n. 297-298, pp. 380-383
LÓPEZ DE GUEREÑU Gerardo: Brujas y saludadores, en
"Homenaje a Don José Miguel de Barandiarán", t. II, Diputación de
Vizcaya, Bilbao 1966, 161-188
MÁRTINEZ RODRÍGUEZ Juan José: Historia médica de Irún
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